de mi padre al besarme el rostro.
Aquella sala fría y enorme,
presidida por un Cristo horrendo, en su martirio.
El ruido de la puerta que, al cerrarse
esposó mi niñez...
no se si lloré de angustia
o tan sólo pensé que lloraba.
El maletón pesado en mi mano pequeña,
y una voz enérgica mascullando
mi apellido.
Las extrañas criaturas
envueltas en telas negras,
y aquél dormitorio común
lleno de desconocidas.
El frío pasillo, tan oscuro...
donde el miedo me obligaba a canturrear muy bajito, para que nadie se burlase.
Recuerdo la capilla,
aquellas figuras tensas de dolor
y el sacerdote gritando ¡hay que tener fe...!
describiéndonos sin piedad los tormentos del infierno.
El uniforme azul
el gorrito de fieltro,
aquellos zapatones imposibles de romper,
y mis calcetines, tan tímidos como yo
siempre ocultos,
negándose púdicos a rozar mis tobillos.
Recuerdo los jueves -día de visita-
en los que nadie venía a visitarme...
y pese a ello,en el patio solitario,
columpiaba mi esperanza en el "quizás"
esperando sin esperar realmente, oir pronunciar mi nombre.
Recuerdo mi infancia presa
tras las ventanas, y el secreto agujero por donde,
algunos días podía ver un pequeño trozo de mar.
Tras la línea del horizonte
la libertad se disfrazaba de velero blanco...
y yo....vestidita de azul.
Cómo no estuve yo en ese entonces para abrazar a la niña que eras y cómo no estuve para decirte que Dios no es ese Cristo horrible, él está vivo!
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