Sentada sobre las dunas
contaba las arenas que caían
entre sus dedos
los sonidos del viento
jugando con las viejas chimeneas
de rojos ladrillos.
Contaba los coches
con matrícula par
el color
si hombre o mujer
si acompañada o sola.
Entretenía su vida
no viviendola
mirando a los otros
esperando oir decir
algo que la hiciese reaccionar
pero todos habían enmudecido.
Los días de la semana
eran todos y ninguno
las horas se confundían
discutiendo entre ellas
si las nueve o las doce
si las tres o las dos cuarenta y cinco.
Contaba las letras de su nombre
quitando las consonantes
jugando a quedarse sin él
a perder incluso la forma
de llamarse
porque de nada servía
un nombre
si nadie había de decirlo con amor.
Y la madrugada
dejó un día la huella
plasmada en el rocío
allí había estado sentado
alguien que dejó de ser
alguien.
De su ausencia
no se enteró
nadie.
mabel escribano
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