La he dejado sola
a ella que me acuno
en el primer verso
que tapó mi llanto
con su pelo negro.
Que me arrulló entre
sus brazos tibios y amorosos
hijos del mediterráneo
padre tranquilo de
mis sueños inquietos.
La he dejado sola
y como a una novia despechada
la traigo flores y un ligero balbuceo
temerosa pero decidida a decirla
que me he enamorado
de una mujer que trasforma
mi noche en día
y mi día en noche.
Ella sin rencor
me ha dejado
abrir la puerta de
su atardecer
bajar los escalones
dándome de pasamanos
a una aurora casi dormida
sorprendida de la tarea
encomendada.
Me ha alumbrado
un joven lucero
más pendiente de aquella
coqueta estrella
que de las escaleras
nocturnas en las que tropiezo
sin caerme.
Hace tiempo que
no hablo con ella
hace tiempo que no la miro
ni la requiebro
diciéndola
lo hermosa que es
pese a no oler a jazmines
ni a rosas
como sus hermanas
las noches andaluzas.
Me mira y sonríe tímida
triste o enojada
con un reproche en los ojos
de reflejos de mar
sin decirme dónde y cuando
la lastimé.
Me acerca una esquirla de estrella
esperando encender
el cigarrillo que siempre hubo
entre mis labios
pero hace mucho que
deje de fumar
hace mucho
que no vengo
que no la miro
que no la veo.
Deja caer la casi apagada
esquirla en el mar
del vapor emergen
delfines blancos
que tiran de su carro con
ruedas de jóvenes auroras
cuchicheando la dulce tristeza
de la bella y núbil noche
de agosto.
Le he traído un poema
que se niega a leer
y no permite que le lea
"no es para mi" -me dice-
es para ella
y se envuelve en
un manto de niebla gris
intentando que no la vea llorar.
La luna
se pasa un pañuelo de nube
por la mirada tirándome
el abandono a la cara.
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